Escueto e innecesario

La luz de los domingos por la mañana siempre tiene un ápice de frío, sostenible de manera reversible en función de la época del año. No importa lo caldeado que sea en pleno agosto castizo, insoportable. Frialdad mesonera de pensamiento, obra y propósito, en compañía o compañía propia. Es el día en que todo se pone en marcha de nuevo, aunque no lo sepamos. Es el día en que la calle de al lado está repleta de gentes vendiendo o tratando de venderse a las corrientes de lo que se lleva aquí. El cielo está increíblemente despejado, síntoma de fresco fuera, imperceptible desde el escritorio improvisado junto al brezo que llevamos esperando dos semanas a que nos deje, no se rinde. Somos crueles.

En un mismo día pueden cargarse todas las energías reservadas para otros dos completos, en una misma tarde puede sucederse una noche y el insoportable sabor de la canela por la mañana, disfrutando del estruendo de la orquesta interpretando sus propias creaciones. Soportando el estruendo de la manifestación por la gran vía de esta ciudad. El contraste. No termina de causarme aprecio o encanto, tampoco los flujos de gente y de personas por los espacios, con alguien se habrá comentado lo devoradora y violenta que resulta para quien no llega concienciado, y abusiva, estúpidamente abusiva para cualquier planificación social. Atendiendo a otros factores, las compañías no están nada mal, son lo que salvan siempre. No es el lugar son las personas, sea allá por el sur germano, el sur isleño o el atlántico o el mediterráneo. Es posible desear fugarse de un lugar que adoras, es comprensible anhelarlo cuando se deja atrás. El anhelo proviene de los domingos, este no es real, sino simplemente la exploración de recuerdos y memorias de infelicidad. No asumible, o no aplicable a la actualidad.

La fragilidad de los planes acompaña al propósito de viajes, de como la bola de acero inoxidable se va convirtiendo en una esfera arenosa, agarrada con una sola mano bajo el agua, que al ser extraída a la superficie solo queda un fango oscuro y amorfo. Crónica de un perecimiento. Crónica de dos horas y cuarto en una hilera de personas cumpliendo con el deseo de ilusión de otras a cientos de kilómetros. Crónica de un libro acompañando tal propósito. De estos actos inentendibles para muchos, siempre hay un potente sabor de hipocresía, de todos aquellos que critican y despachan viperinamente lo que otros hacen, sin más propósito que darles cuenta a estos de algo que ya saben que están realizando: gastando su tiempo. Como si gastarlo esquivando personas por una plaza sin memoria no lo fuera. Como si gastarlo haciendo cola para comer alimentos insalubres de alguna cadena empresarial en la calle más famosa no lo fuera. Como si presumir de una foto de un pie junto a un kilometro que condena a todo un país al centralismo no lo fuera. Qué estúpida necesidad de condenar al resto por su propia decisión de desperdicio del tiempo. Qué estúpida necedad de dejar el valor a un lado por actos que no se comprenden del todo.

Todos tenemos razón, siempre. Escueto pero egoístamente necesario.

Autor: Laura

Cerveza, letras y poco más. He publicado un libro, de poesía, pero no quieran leerlo.

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