Cocomero, grappa, pistacchio

La ventana está abierta, deja entrar una falsa brisa que no refresca, pero con la suficiente potencia como para cerrar la habitación de golpe. El perfume de citronela escapándose por la ventana abierta. Son un auténtico atentado contra la piel, las zanzare de esta región. La farmacéutica dijo que el Arno era fumigado, que el Mugnone no es tan importante, claro.

Anoche una terraza con gente totalmente desconocida, con unas vistas al Duomo envidiables. Un nivel de vida al que aspirar, que nunca alcanzar. Por primera vez alguien con verdadera curiosidad y disposición por conocer acerca de todo tipo de historias de esta ciudad. Casi media hora de reloj respondiendo preguntas. Que era una suerte. Los meses entre libros, vídeos, podcasts y páginas webs, y los que me quedan.
También este mes por fin he cedido a mostrar desde la privacidad, desde la comodidad y la libre elección esta ciudad. Por fin he cedido a compartir todo lo que conozco con quien quiere escuchar. Es extraño, porque todos los días narro historias, y veo muchos rostros, muchísimos, más de quinientos a lo largo del mes, y en especial ahora en la estación más tórrida. Pero sigue siendo extraño encontrarse con personas con curiosidad por escuchar.

Quizás por eso cuento poco, o contaba poco.

He sido muchas versiones de mí, y he dejado, y estoy dejando muchísimas atrás. Cierto orgullo por aquello que me conocía y se sorprende, que la memoria le traiciona. Era y era, y ahora soy, y estoy siendo, ya no soy de más, pero seré mucho.

En este mes un té frío en una cafetería rosa, antes de iniciar, en la misma cafetería que hace un mes un punto y final. También pasta, mucha más que pizza. El triángulo de esta región. Recomendaciones de forma enxebre en una hoja de papel.
También daiquiri de mango, y Peroni en la terraza random, acompañado todo de una schiacciata de esa cadena quizás sobrevalorada, con ojos mediterráneos, corazones cálidos. Un falso Hugo Spritz que se convirtió en la tediosa bebida naranja radioactiva, con cartas lascivas y ojos que quizás nunca vuelva a ver. Hasta el siguiente Hugo Spritz en Santo Spirito. Otra bebida al limón en un garito ínfimo en Sant’Ambrogio, sintiendo en el cogote el secuestro de unos ojos sobre otros. Una IPA con mortadela y pistacchio, hablando de amor, del pasado, de cómo conectar con otros. Pizza con bietoline, no broccoli. Tres botellas de vino para cuatro, mezclando inglés, italiano, gallego y portugués. Pizza sin gluten y mojitos, abriendo la mente, hablando del miedo, los celos y todo lo que supone querer tanto a alguien. Pasta al limón y medio chupito de grappa, uno y medio para los otros cubiertos, sudará a la mañana siguiente. Cocomero en una terraza al sol, porque por la noche antes de cenar… No. Muchos, muchos helados de pistacchio, placer permitido. Un cornetto de mermelada, que no para tanto. Y como no, la sección de verduras del super, donde sí me gusta el arte, supongo que no en todas sus formas.

Más noches fuera que en casa y un puzzle a medias desde julio, esperando recibir las últimas 20 piezas. Vergüenza, pero placer.

Un estate para hacer espacio a cosas nuevas, a no reconocer y a disfrutar de esto último. De no reconocer en ninguna descripción ajena, y en ser con todas las consecuencias, las que sean. Con miedo, permitiendo existir. Se dan todavía cuentas pendientes, se irán saldando en algún punto, no todo está tan lindo y cuidado, hay hierbajos, incontables. Mucho que enfrentar, cortar, cuidar, abonar y extirpar todavía, muchísimo.
La teoría es bien sencilla, fácil de interpretar, con seguridad mucho más tediosa de ejecutar, todo así. También en dejar ser, un ligero avance, pero sigue habiendo carencias. Hasta en dejarme ser. Ay.

Tanta costumbre en vivir en una única realidad, que parece que no exista nada más. Sin que deba ser mejor, o merezca ser peor por la ausencia de seguridad en lo conocido. Los ojos que aprecio, los que quiero, muy muy lejos, con su vida. Y ausencia de estos miopes. Todo continua para todos lejos unos de otros, siempre la misma luna, eso sí. Echo de menos, inevitable pero sin altercados.

Últimas noches en esta habitación, antes de un x2 24/7. Muchas noches por delante x2.

En octubre se reinicia la vida, sin publicar subjetividades.

Hábitos

Para no perder el hábito, para crear algo de sentido al enlace bajo mi nombre e inicial, y por desenterrar esa parte de mi ser, la lírica y la intensa. La parte escondida pero bien sabida, la muestra detrás de la barrera.

Hace más de un mes que recorro las irregulares calles de la Toscana; desde hace dos semanas lo hago narrándole historias curiosas a otras personas. Ese lado oscuro de la ciudad, historias de asesinatos, de muertos que cobran vida, de milagros, historias de amor, historias de venganza… Un buen potaje. Un proceso que ha sido duro, que siempre lo es, la parte de actriz, la parte sorprendente abrir la caja de Pandora y que todo se despierte en forma de caos, ángeles haciendo sonar las trompetas, de alfa a omega. Dos meses enfrascada en libros, innumerables páginas web, podcast, en encuentros, en buscar los detalles misteriosos. Y aun hay más, mucho más estonosetermina de Delafé.

Siempre he aspirado a conocer, a ser curiosa y una mente inquieta, con propósito, con objetivo. El objetivo me genera placer, porque soy hija de la utilidad, nieta de la tendencia al servilismo y el agrado, siempre ajeno. De repente sucede, un aviso rápido, ser un poco fachada de San Lorenzo, rocosa y sobria; mientras por dentro auténtico arte, arte del nervio que hace vibrar mis tímpanos; deseando escapar. Casi una semana de autoflagelación, por pseudopensamientos. La necesidad de justificación y de explicar esos remolinos de los que a veces no salgo, de explicarle a desconocidos lo irregular que resulto, hasta a veces caprichosa.
El ciclo es siempre el mismo: a ciegas de la prisa y apartando las dudas en forma de lianas; golpe, realidad y caída, más golpes externos y después internos; botiquín y a arrancarme mis propios puñales. Y volver a hacer que no ha sucedido nada. Con las manos sucias y la cara llena de marcas. Un poco más adulta, pero también muy niñata todo el rato.

De años atrás quién te diría que extramuros, quien te diría que descifrando símbolos. Quién te dirá cuántas veces terminarás lejos. Quién te dirá cuantas veces regresarás a casa. Quién te dirá cuántas camas llamarás casa. Quién te dirá que serás tú quién cierre la puerta desde dentro y la abra de nuevo. Quién te dirá que un día la capital. Quién te dirá qué personas. Quién te dirá qué río o qué mar, riachuelo. Quién te dirá qué libro de camino. Quién te dirá cuántos festivos. Quién te dirá que tan lejos. Quién te hablará tras años. Quién desconocerás tras horas. Quién te dirá cuántos itinerarios. Quién te dirá nada. Quién te dirá absolutamente todo. A quién escucharás. A quién decidirás escuchar.

A ti. Siempre a ti, pero no mucho, lo suficiente como para no quemarte tus propias alas.

Muchas ofertas, en amarillo chillón, compensa invertir un par de minutos en dejar tus datos en la ventanilla. Dejando rastros. El helado de tiramisú tiene incluso galleta. Judas está en la fachada. Hay marcas que te chivan cuanto creció el río. Sigue habiendo perros felices frente a la ventana. Hay más luz y ya es primavera. Todavía hay obras, no existió nunca esta plaza sin ellas. Un grupo de muchas personas, probable que turistas cruzando cada paso de cebra. Un señor huraño que sin mediar palabra realiza su trabajo sin siquiera saber a quién le entrega las páginas. Recuerda LEI no TE, recuerda LEI no TE. Eso es. Arrroz, con tres erres. Mosquitos, siempre hay mosquitos y no es época, va siendo momento de la citronela. Cáscaras de huevo para la tierra de las plantas en el salón. La arquitectriz un poco desilusionada. Entiende que son demasiadas horas curioseando curiosidades históricas, no de la misma época, sí del mismo país. El continuo pensamiento de adquirir un nuevo par de botas, o calzado deportivodelcualnoescribirnibambasnitenisnizapatillas porque nunca ninguna es correcta; pero olvidarlo al dejar los pies descalzos. Si no caminas deprisa no pasa nada. Solo pasa si tienes ganas por llegar a casa.

Es importante hacerse a los espacios, es importante formar parte y también crear parte. Saber cuando y dónde estar, y también cuando y dónde no, claro. Siempre es adecuado mensurar para no descuadrar.

La teoría siempre, la práctica… De escuchar más que de contar. De esconder, más que de presumir. De guardar, más que de olvidar. De por dentro más que de por fuera. De deber cambiar para no desbordar.

Hábitos, siempre tardíos y sin reloj cuando nadie mira. Vivir con prisa pero sin hora. Uf.

Un etto de vértigo

El murmullo pasa desapercibido. Focalizándose en alguna conversación y entretejiendo historias en diálogo de todos estos entrecruces. Entretejiendo esta historia tras el chute de glucosa, por compensar todo lo que el cuerpo procesa cíclicamente. Ese hilo de historias, injustamente narradas, carentes de cualquier emoción y sarnosamente correctas. No se puede expresar ni representar, no es posible encapsular en minutos la vida de años. Pero, ni siquiera ha habido un intento.

Es posible dormirse, pero también llorar, porque es cierto; es cierto que tu vida se reestructura y la decides en función de tantos sucesos. Creo que ha sido lo único bien llevado, o bien traído, lo que se arrastra y siempre está ahí. Lo que nunca se va, lo que nunca se olvida. La culpa y el necesario ejercicio de reencontrarse con una misma. De hablarle al antaño y entender que la culpa no es culpa, era auxilio, incapacidad e inocencia. Permiso para llevarlo y representarlo, reticencia y negación. Nunca termina de digerirse, pero nunca una tampoco se detiene. Se marca la vida pero no a la persona, la persona vive y con más ganas, cuando es capaz de vivir. Si es que es posible vivir con ganas.

Por buscar algo con lo que entretenerse entre el murmullo, esperando a que la glucosa suba: opciones. Un poco perdida. Un átomo de sin saber, una pizca de sin comienzo, una cucharada de curiosidad, un etto de vértigo. Siempre sucede, siempre se me anuda. Desnudarse es íntimo, desnudarse el pensamiento para desmigajarlo e ingerirlo para que asiente y procese. Para comprenderlo.

Poseo muchas dudas, pero no me atropello. Ahora sí, pregunto, busco soluciones, o más información para decidir. Para forzar esa inmovilidad que me caracteriza de tanto en cuando.

Escribo sobre los murmullos, un jueves por la tarde, guardando en mis notas los pasos rimbombantes de un festivo por la mañana. Por el mismo camino que todas las matinadas, ese día escuché mis pasos, y el de otras personas escasas, que también iban a ninguna parte tan temprano. Otros días es alguien patinando, empleando de forma inteligente el espacio, ideal para deslizarse en ese vacío de conversaciones liso, recto, en pendiente descendente… Pero hay hojas secas, demasiadas para este momento. Supongo. Me sorprende mucho esta maraña cada vez, me lleva a pensar en la frecuencia de limpieza, en la frecuencia de lluvia y su ausencia, en la frecuencia del sol y del viento, en lo infrecuente que será en diciembre encontrarse las hojas en forma de manto. Allí se mueren mucho antes, y las heladas se encargan de reducirlas; devolverlas a la tierra o anegarlas en algún charco bien sólido.

Hay charcos bastante grumosos estos días, y no tengo botas de lluvia, ni tampoco las intenciones de una niña que disfruta de saltar sobre ellos estallando en risa, al mismo ritmo que las gotas que salen disparadas en todas direcciones. No poseo esa ausencia de miedo por mancharme, pero lo anhelo. Anhelo muchas cosas, y muchas que tampoco tengo claras. Busco claridad en charcos de lluvia, y aquí está el error. No existe, ni existirá. Entonces… Habrá que equiparse, o atreverse a caminar con los pies mojados.

Otro año en tres espacios, otro año con personas que sí, especialmente sí, por fin. Otro año al peto máxico, haciendo recuento de atardeceres, volviendo a contar pensamientos, porque propósitos hace mucho que no escribo. Intento lo que tengo y ahora un poco más. Seguiré siendo, seguiré cambiando, seguiré dejando atrás para encontrar, y encontrando para poder ser. De esto se trata supongo. Ahora que puedo y ahora que debo, pero sobre todo quiero. Se lo debo a la de antaño, y la que crujía las nubes maldiciendo a las ideas.

He aprendido, como cada vuelta al sol; a escucharme y también a cuándo frenarme, y a cuando debo acelerarme. Hay muchas porciones que todavía estoy entendiendo, otras que nunca se bajarán del autobus. Pero que al fin y al cabo, aprenderé a hacer que no griten con tanta fuerza. Me siguen asaltando. Hay demasiado que necesito aprender y es totalmente abrumador. El miedo es un arma muy afilada, llevo guantes.

Captando atardeceres bajo el click, pero sobre todo bajo las pestañas. Ahondándolo todo en este espacio durante lo que mi memoria guarde.

Colillas

Amanece muy despacio y siempre antes de tiempo, la persiana no es lo suficientemente opaca como para cegar la habitación. Con la cabeza algo revuelta e intentando comprender por qué tan pronto. Sí claro, la luz y el despertador biológico. Esas cosas.

El cielo ha escogido gris matinal durante toda esta semana, al menos para zafarse del letargo. A media mañana un café, bastante amargo y no amargo en plan cafetero; por hacer tiempo. Me he dejado a Sara Mesa en casa, maldita sea, no planeaba esta espera momentánea. Tampoco las respuestas pendientes. El paseo gris aletargado por el Born, volviendo sobre los pasos de hace unas semanas, y también de hace más de un año, y de más de un lustro. Está todo dulcificado: la librería en la que llegó la antología de Pedro Salinas, que ni recuerdo ni he vuelto a encontrar, la ruta por los mosaicos del Mercado de Santa Catarina con el debate sobre cuerno o portacartas; los alfajores después de encontrar el escudo en la vidriera y explicar la derrota de 1714. Todas estas memorias se suceden con calma, y como siempre sin propósito. Toda mi memoria funciona por insignificancias que nadie más recuerda, o rememora tras su mención.

El azulejo en las escaleras del transbordo y demandada prisa para pulsar el botón del móvil y olvidarlo en la galería. Creo que todo aquello que no capturo perdura durante más tiempo, o soy capaz de traer en mejores condiciones a la memoria. La pegatina de cebolla animada sobre el azulejo marrón y negro, dos días que haya visto, otros ni la busco. Seguro que ya no está, como las colillas que se quedan atrapadas en las infinitas vueltas de las escaleras mecánicas. La pisada de un zapato en mitad de una calle saturada, hundida en el cemento. Hasta hoy, nunca.

Diré que esta semana por no faltar a la intención de escribir sobre inexperiencias, pero tramposamente la pasada, cuando todo rodaba como las colillas infinitas, como si pudieran atender, entender y escuchar mi silencio, en el mismo día, dos perros se pararon a escucharme. Una fue sentada en otro bordillo también marrón y negro, apartándome la pantalla de golpe y resistiéndose a irse hasta no recibir suficiente dosis de caricias. El otro fue parada haciendo guardia a la curiosidad, freno en seco y el lomo en mi dirección, otro saludo obligado y otro parón de las colillas en la lavadora mental.


Mucho más tarde entendí que también hubo un luto muy grande por aquellos ojos y aquella nariz oscura y siempre húmeda. También entendía y escuchaba los silencios, no sobre mármol, pero sí sobre tierra muy oscura y una sábana infinita de agujas de pino resecas. Hoy la mitad de ese camino está excavado y son hojas de cepa marchita.

¿Qué es lo que sientes? Explícalo en tercera persona. Espectadora o actriz.

¿Qué eres?

¿Qué has sido?

¿Es importante?

Nunca van a bajarse del autobús, siempre estarán al fondo, pero lo peligroso que reside en su presencia lo decide la actriz, y la espectadora lo juzga con todas las respuestas.

Haz caso a Proust, aunque no hayas sido capaz de seguir el camino de Swann. Todavía…

Salga

Ya se han prendido las luces del invierno, justo hoy, casi sin darnos cuenta y ubicándonos en lo rápido que oscurece en esta ciudad. Es cierto que aportan calidez al invierno y ligereza al frío que envuelve estas calles, dan otra cara a las ciudades. Dejando tras la puerta todas esas delicadezas vinculadas liquidez.

Es fácil distinguir a alguien de paso de alguien que sabe a dónde dirigirse, ambas saben a dónde van, con quien, qué esperar al llegar y en cuánto tiempo. Ahora, el medio y el ritmo de dirección determina esa diferencia. Calles llenas de gente de paso y que camina para permanecer. Qué cómo caminar con tranquilidad a que no burlen el espacio seguro… aparentar destino y conocer la velocidad justa. Igualmente y con todo, las sugerencias de peligro siempre están ahí. Siempre. Desconocidos que deciden que es necesario comentar, charlar y sugerir con mofa o lascividad sobre el destino de viandantes. Da igual dónde estés, o cuán lejos vayas, siempre están ahí.

Asientos vacíos, y largas colas de minutos en verde, con segundos incluidos. Más carga de lo habitual, de ida y también de vuelta. Deshacer bolsas, guardar, echar, desechar, seleccionar, montar otra bolsa, hacer hueco por la mañana. Decidir si música o podcast en el trayecto. No hace frío, pero sí había mucha brisa gélida. Gélida hasta llegar a congelar las falanges de los pies. No sentir nada, y decidir que es necesario cambiar.

Casi un mes mostrando a gente de literalmente todo el mundo por dónde sí y por dónde no. Decidiendo acerca de su salud en ocasiones, y evitando esperas, o provocándolas. Ganarse empatía y a veces malas caras. También engaños con la vida de un animal de por medio o afán de coleccionismo, o simplemente buscar unas escaleras en las que fotografiarse para nunca jamás volver a ver esa foto. Y mucho mucho asombro al llegar a lo más alto, no es para menos, ese caótico techo del cielo es una insana locura, y un privilegio desde el que reflexionar atardeceres en los últimos días. Empiezan en una única tonalidad en el punto exacto donde el sol se esconde, después se despide de un tenue rosado por todo el borde del cielo, para llegar a un morado degradado, incluso con algún arcoíris de por medio hasta el mar; más oscuridad y los colores de las esquinas desaparecen. Solo queda luz en el punto del principio y penumbra en el resto de la vista. Un estallido lento del sol y ya solo faltan unos cuántos minutos para dejar la huella en el vidrio antes de caminar con mayor o menor prisa colina cementada abajo.

Abrir una nuez, o un concho como se les llama por allá, es una tarea ardua. No puede hacerse con las propias manos, o no es lo habitual. Como mínimo de alguna herramienta que provoque tal presión que se resquebraje y ceda para partirse a la mitad y mostrar si hay o no nuez que comer. En ocasiones, la mayoría, las herramientas no han sido más que una piedra muy grande de granito y lascas entre beige y blanquecinas, brillante. Una piedra con la que ejercer un toque fuerte pero decisivo, con la presión justa para crear grieta y no en exceso para dejar en cachitos todo lo que querías extraer del interior de ese concho. A veces podrido y esfuerzo en vano. Desde siempre fue con una piedra, luego, lejos de dónde descansa esta roca, llegó algo más sofisticado, algo de metal y de uso sencillo, imposible pasarse, automática en cuánto a tipo de presión. Luego convivieron las dos opciones durante mucho tiempo. Siguen haciéndolo.

Llegaron todas intactas, partidas y sin envoltura, en un paquete que transmitía invierno en sus cuatro esquinas.

Elegir las herramientas, contar con esa capacidad, comenzar a abrir y probar suerte, y que salga lo que salga.

a Ver()no

Por fin la mitad de una sandía en la nevera y volver a casa con los pies sucios. Creando corrientes de aire fresco lo poco que dure, a sabiendas de que llegará el día que desaparezca de la nada bajo el asfalto, en forma de otras corrientes infernales emanando sangrante calor castellano. Comprendes porqué en este lugar acaban marchándose, los poderosos que cuentan con tiempo y medios, a comer sandía junto al mar y llenar sus coches con arena que se escapa de sus pies.

Hace un par de días, sentadas en una terraza con cerveza mal nombrada, y un importe irrisorio por veinticinco centilitros, hablábamos de lo típico cuando el verano acecha tras la esquina: de lo que esprintan las semanas, de cuánto sin pisar casa o cuánto hasta pisar casa. Al lado había dos hombres, sospecha que británicos, observando, divertidos, cómo un palomo se posaba sobre sus mal servidas alioli cocidas. El duelo entre norte y sur por pinchos y tapas, un pedazo de pan de supermercado con un embutido rebozado al precio irrisorio de birra mal servida. Pero agradece, al menos hasta que alcances la edad en que has de soltar billete por cada movimiento mutado en respiración.

Programando las próximas semanas como si todo pudiera sonar al son de lo que la cabeza desea. Barajando opciones, de cara a futuros inmiscuidos. La perra de abajo, de la que nunca recuerdo su nombre, ladraba asustada, deseosa de atención, de que regresara su familia. De la terraza al interior de su casa en una oscuridad tan opaca como ella misma. El amor llegó en forma de luces encendidas para ella y silencio para el patio de vecinos. Dejó de ladrar y empezó a gimotear como estos seres consiguen, con sollozos agudos y entrecortados por las palabras de ternura de las personas que esperaba. Debe ser terrible vivir a oscuras aguardando a una ausencia, sin poder hacer nada por encontrar o cazar a quien perturba tu estadía. También debe ser muy amargo, para los paladares que no disfrutan de dejar seco un limón, el aguardar por la vida sin nombre, memoria ni hogar. Si en cambio formateas tu gusto y lo reeducas, es posible augurar de estas silenciosas esperas la esperanza de ir replantando pensamientos. Toda ausencia y toda compañía terminan por reunirse. Aguardes las gotas amargas en la oscuridad, o no.

Será buen síntoma tener poco que escribir, será deseoso para esta cabeza no recordar la última vez que el teclado dejó letras sobre el documento a modo de gaceta mensual/diaria, desde hace cuatro años. ¿Qué se hace sino cuando es necesario revisar las horquillas y engranajes mentales? ¿Se deja uno fluir con el sino, o se hilvana detalle a detalle?

Las letras sobre papel últimamente caen poco sobre mis manos, será por absorberlas sobre la pantalla con el propósito de escribir algo de lo que sentirse satisfecha, algo que quizá se reconozca o pase desapercibido como la normal mayoría. No hay ningún propósito más allá que el del disfrute, después de meses odiando o no encontrando sentido al monstruo conformado de partes de otros cadáveres académicos. Siempre me ha resultado interesante conocer, aprender, pero siempre más cuándo hay un propósito detrás, algo que poder crear o elaborar, todavía no se ha inventado la manera en este pensamiento del interés curioso por mera fantasía. Siempre hay cojera, habrá que idear bastón o muleta.

Gala

«Lo que sí tengo claro es que no escribiré nunca más para que me lean – eso lo juro -, sino porque sienta la necesidad de hacerlo. (…) Pero hay momentos en que me es imprescindible escribir y me es imprescindible a la vez estar segura de que lo que escriba desaparecerá luego. (…) escribiré lo que a tontas y a locas se me ocurra o me ocurra. No tengo otro interés ahora. Como quien escribe en el agua. Directamente en ella. Por una parte, cumple así la urgencia de rememorar quién es, dónde está y qué le ha sucedido donde está; por otra, su firme voluntad de que otros ojos no lo lean nunca.»

Ni he alcanzado la mitad de estos escritos de Antonio Gala, y ya sé que algo removerán en el cocido mental. Ya van quedando atrás estos platos de cuchara a pesar de que el frío sigue amenazando a bandazos de lluvia que obligan a trasladar la ropa de fuera hacia dentro y otra vez en viceversa cuando el sol estepario se digna a cumplir con su promesa ya casi primaveral.

Postergando algo que soltar, algo que redactar que no sea con el fin de una línea de muerte, o en otro blog para un destinatario primordial que alega que mejores cosas hay en el fin de semana que las obligaciones que todos albergamos de cara a sus peticiones. No soporto el humor ácido, hiriente, las bromas con doble sentido de cara a de verdad provocar realidad molesta en el destinatario. Hay seres que se preguntan que por qué el silencio, la mirada de incógnita o que si algo sucede. Pues sucede, sucede que de intolerancia e impaciencia van los bolsillos vacíos. Como la impaciencia de las señoras, probablemente del sur por su cantar, esperando y desesperando, en la cola de la chocolatería más famosa de la ciudad. Ellas, incapaces de ocultar su egoísmo hacia el resto de seres que también guardan espera, relajadamente; las mismas que luego exigen sinsentidos cuando por fin las invitan a sentarse. De ofrecer caras al público, también aprender el desinterés de no ofrecer cara a lo quien no interesa. Tan sencillo como esto.

Infinidad de mareos encefálicos por el sentido de lo que se debe y a quién, y de seguir siendo pilastra de tan ponzoñoso aburrimiento. Soy, todo lo que busquéis, pero sobre todo soy todo lo que tiráis al fango. Soy, importe o no. A mí, os aseguro que no.

De dos trayectos al día, ascenderán al doble. Como voluntad, dicen. El anciano comentándole a la anciana de las uñas a juego con sus pendientes en forma de bola, de allá por el 2003, que no se preocupara, que en la siguiente parada el vagón quedaría vacío. Y llevaba razón, era mi punto de conexión. Odio ese pasillo en forma de u cuadriculada, pero si hay personas que llegan desde esa dirección es buen síntoma, no hace falta apurarse, puesto que para cuando las escaleras lleguen a otro piso subterráneo, el conductor estará entrando en la estación, con o sin vagón de chiflo antiguo. Siempre me despisto, me he acostumbrado a no tocar botones, pero hay alguna otra persona impaciente encargada de pulsarlo casi antes de que el metro estacione por completo. La manivela del subterráneo condal me resulta más lógico, más útil, o al menos traslada esa sensación de que de verdad posees la capacidad de abrir esa puerta por ti mismo. El casi imperceptible toque del botón, que parece que no se hunde ni activa nada con esa presión, me resulta fatigoso, como si no hiciera nada, como si no fuera responsable de soltarnos a todos a la siguiente carrera por el pasillo infinito con dos o tres direcciones caóticas.

Como si no hiciera nada, ni estuviera, ni respirara, pero que qué potencial. Podría forrarme este piso entero con la cantidad de sugerencias como esta que he provocado durante toda mi vida. Mi favorita la de la semejanza con ese ser autosuficiente que respira, se alimenta y no necesita de nadie más que de enraizarse a una tierra, salpicarse de lo que las nubes dejen caer y contonearse con la trayectoria del sol. Ni la primera ni la última, pero de defecarme en esa sobre exagerada sobreestimulación vacía del sonido ya hay demasiada ayuda y olvido.

Cuando se mira al frente, cuándo se mira al lugar, sin saber nunca con exactitud, anhelar tantos cielos como espacios, sin lograr decidirse por ninguno, sin poder hacerlo tampoco. Pues supongo que se alcanzará, cuánto menos planear nada, demostrado.

savU

Por triadas, y por soledades. Se suceden, o se hacen suceder las vivencias, también en compañía, no vale engañar. Mensajes programados pero no había previa programación antes de fagocitar los doce meses del veintiuno. No vale hacer comparativas, nunca tienen sentido, siempre harán que todo se vea peor. Las cosas como vienen pero intentando escoger las uvas más pequeñas para no atragantarse con la noche. Y al final la noche termina con mayores anécdotas de las que quizá se escape alguna de la cinta de la memoria.

Nunca hay propósitos, hace un año el plan de reencaminar las vicisitudes hacia nuevos días académicos, hoy no hay más allá, y se saborea con plácida calma. Detesto la ciudad, pero en realidad detesto sus infames ritmos antihumanísticos. Me miento más de lo que reconozco, en realidad cuando encuentras la ribera humorísticamente pobre para semejante río sonado, y encuentras hueco entre otras mentes también ardiendo en pleno apogeo, en el momento en que encuentras una mesa para pagar una cantidad insultante por una Mah*u mal servida, o el momento en que encuentras tu propio hueco. Todo se resume en ir conformando espacios propios, sin importar el lugar en el que pernoctes de más. A triadas la pernocta sucedió en tres ciudades distintas. Algunos siguen mencionando la segunda, quizá porque en algún momento hubo una gran vinculación mental de esta. O porque subir imágenes a diario de la tercera, no es el mayor propósito vital de estas manos. Muchas veces hablamos de esto, de que «qué palo» aportar contenido, cuando tu contenido diario más allá del rectángulo tonto es suficiente. No hay propósito, y encontrarlo no tiene más sentido, no se lo busquen.

Palabras importantes, y versos que no lo son tantos. Calidad y silencios, y silencios de calidad. Dejar el sentido de la pesadez a un lado, afrontar que suceden rotaciones, que las órbitas no son las mismas. Un asteroide a su antojo.

Otro recuerdo aflorando en la penumbra, una disculpa por ser y dar una mala noche. Un sentido de gratitud no medible.

La ventaja de no tener planes es la posibilidad de decidirse por cualquiera que ofrezca un sentido deseoso, favorable, las partes podridas vienen con toda decisión. Cuestión de ir cortando las partes que no pueden comerse, aquí nada se tira. Ni siquiera los yogures que han quedado en la nevera, esperando sorprendidos. Dedicarles tres semanas de comparativas para ser expuestos en un ranking, los desconcertó un poco, se les otorgó demasiados focos para lo solos que ahora se encuentran. Llegará el turno, o propósito o basura, y que naveguen por alguno de los ríos del Hades camino al inframundo.

Para los seres que llegan por maldita curiosidad, no encontrarán nada que no sepan. Todos deciden. Pero no todos son consecuentes. Dicen. Dejen de decirmal.

Mucho lirismo, mucha realidad, mucha guía, mucho amor, y mucho vino.

En deconstrucción tutis. I.P.A 2021

Lume

O escintileo zigzagueante do móbil, dona a moza do asento do outro lado, provocou que deixara de cabecear perdendo o pescozo por falta de apoio. Como eses sinistros bonecos que se inflan cun motor de aire e manexan o seu corpo tambaleándose dun lado a outro, sen aparente control. As siestas provocadas, case obligatorias nas viaxes de varias horas, de volta. Cando o final do traxecto é seguro e non haberá apenas ningunha sorpresa. Esta vez turbada por unha conversa anglosaxoa, un mozo de pel aceituna probablemente polas longas horas ó sol sen o propósito de ser esponxa tinguida deste. As botas de traballo ou longos kilómetros, o indicador do modo de vida. Nalgún punto lin, escoitei ou me dixeron que para coñecer os hábitos ou a algunha persoa, debes fixarte no seu calzado, que non cal, senón como. Probablemente fose un rancio consello. Mais os pés deste mozo, seguramente máis vello ca mín, estaban cheos de desgaste, con manchas de pintura e xeso nos seus pantalóns. Levaba unha especie de instruccións en papel. Partía dende o mesmo punto, unha terra baleira de persoaxes coma el. Unha terra que facía media hora dicía un home, xa non un mozo, de mans ásperas da pedra e do frío, da terra e do martelo. Este decía que a minaría case mata a cidade, o que pode que suceda en casa. Non pola súa presenza, non. Senón pola súa desaparición.

Alá, no país veciño, as extensións de olivos eran de kilómetros, e non a pequenos anacos. Comunais. Este concepto que cada vez que te afastas deste recanto, é chocante. Porque o sentido de pertenza ó terruño vais máis alá do pequeno espazo que creaches na túa terraza nun quinto con plantas enmacetadas; ou da sorte do horto urbán.
O sentido da terra como pertenza por responsabilidade e sobre todo por autoridades comunal ou individual sobre ela. Que non importa que se posea se están olvidadas. Descoñecías que había un piñeiral da familia que se comeron as viñas dunha gran cooperativa, sen preguntar. Morto de olvido. E como estes terruños, outros tantos que chegaron a provocar verdadeiros enfrentamentos entre persoas de toda a vida, ben por mover os límites ben por solicitar dereito a posuír. E finar soterrado a kilómetros dun todoterreno queimado.

A tensión, por increíble que pareza, non deriva de por quen posúe ou deixa de posuír, senon desa vivenca intrínseca nas unllas dos pés, cheas de terra que se deixa caer a través das botas, agora de goma, outrora as zocas de madeira.
O valor do que se posúe é o medio de vida, subsistencia… e o único sustento. A pobreza estaba nas testas para esta xente. De xeito xocoso, agora, estes, os esqucidos, son os que posúen máis riqueza de todos.

O sinxelo acto de baixar, calzalas botas, armarse cun coitelo e corta un par de repolos deiquí e outras bolas de escarola dacolá. Escoller entre mazás verde vida, caquis ben grandes ou kiwis tan doces e amargos o mesmo tempo que non se poden describir. Cruce de memorias. Chegar cos pés xeados, e terra ata o embigo tras unhas cantas horas desexando o sol, co ruido das tesoiras por alí, follas transportando arañas e todo tipo de insectos, incluso algún niallo de mirlo escondido nalgunha cepa. E todo remataba naquela porta de madeira, coas tres ou catro botellas de vidro pegadas cara a esquina da mesa xunto a parede. Na mesma bodega na que hoxe se almacena toda a froita citada.

Que vai ser de tódolos terruños, de tódalas formas de vivir que se perderán. Das formas de vida que nos deron milleiros de persoas abarrotadas movéndose sen ser máis que insectos de carne e óso, nun amasillo de ferro, que por certo, circula sen sentido contrario. A melancolía por todo o que hoxe é anéctoda, que nunca vai ser aprendido. Toda esa enciclopedia de saberes, de tempos cuxos autores e autoras consideran unha pequenez. A importancia desta transmisión e daquelas outras xa perdidas. O fortunio de patear soutos enteiros ata deixalos sen unha soa castaña, ata o momento no que o lume finou todo.

Memorias de outono, cos pés ben fríos e un libro no medio do monte, porque por nada do mundo querías quedar na casa.

As memorias do monte van morrendo, serán tragadas tamén polo lume.

Escueto e innecesario

La luz de los domingos por la mañana siempre tiene un ápice de frío, sostenible de manera reversible en función de la época del año. No importa lo caldeado que sea en pleno agosto castizo, insoportable. Frialdad mesonera de pensamiento, obra y propósito, en compañía o compañía propia. Es el día en que todo se pone en marcha de nuevo, aunque no lo sepamos. Es el día en que la calle de al lado está repleta de gentes vendiendo o tratando de venderse a las corrientes de lo que se lleva aquí. El cielo está increíblemente despejado, síntoma de fresco fuera, imperceptible desde el escritorio improvisado junto al brezo que llevamos esperando dos semanas a que nos deje, no se rinde. Somos crueles.

En un mismo día pueden cargarse todas las energías reservadas para otros dos completos, en una misma tarde puede sucederse una noche y el insoportable sabor de la canela por la mañana, disfrutando del estruendo de la orquesta interpretando sus propias creaciones. Soportando el estruendo de la manifestación por la gran vía de esta ciudad. El contraste. No termina de causarme aprecio o encanto, tampoco los flujos de gente y de personas por los espacios, con alguien se habrá comentado lo devoradora y violenta que resulta para quien no llega concienciado, y abusiva, estúpidamente abusiva para cualquier planificación social. Atendiendo a otros factores, las compañías no están nada mal, son lo que salvan siempre. No es el lugar son las personas, sea allá por el sur germano, el sur isleño o el atlántico o el mediterráneo. Es posible desear fugarse de un lugar que adoras, es comprensible anhelarlo cuando se deja atrás. El anhelo proviene de los domingos, este no es real, sino simplemente la exploración de recuerdos y memorias de infelicidad. No asumible, o no aplicable a la actualidad.

La fragilidad de los planes acompaña al propósito de viajes, de como la bola de acero inoxidable se va convirtiendo en una esfera arenosa, agarrada con una sola mano bajo el agua, que al ser extraída a la superficie solo queda un fango oscuro y amorfo. Crónica de un perecimiento. Crónica de dos horas y cuarto en una hilera de personas cumpliendo con el deseo de ilusión de otras a cientos de kilómetros. Crónica de un libro acompañando tal propósito. De estos actos inentendibles para muchos, siempre hay un potente sabor de hipocresía, de todos aquellos que critican y despachan viperinamente lo que otros hacen, sin más propósito que darles cuenta a estos de algo que ya saben que están realizando: gastando su tiempo. Como si gastarlo esquivando personas por una plaza sin memoria no lo fuera. Como si gastarlo haciendo cola para comer alimentos insalubres de alguna cadena empresarial en la calle más famosa no lo fuera. Como si presumir de una foto de un pie junto a un kilometro que condena a todo un país al centralismo no lo fuera. Qué estúpida necesidad de condenar al resto por su propia decisión de desperdicio del tiempo. Qué estúpida necedad de dejar el valor a un lado por actos que no se comprenden del todo.

Todos tenemos razón, siempre. Escueto pero egoístamente necesario.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar