Ruinas en literal

El batiburrillo mental de ideas, conceptos, valores, estancias histórico-artísticas de monumentos, colecciones, defensas, curiosidades, propiedades y un largo etc. pulula por el ambiente iluminado vagamente por la lámpara de pie al lado del sofá raído en un granate rojizo apagado. Como la sangre seca que a veces aparece de un día para otro en alguna acera mal fregada; o como la sangre de un ínfimo corte en el dedo, inexplicado, que ha quedado en el marcapáginas de cartón de la Llibrería Finestres. El viernes pasado.

Algo que pulula siempre por la conciencia de aquello que miran y no ven, o ven sin saber que son mirados, es algún sentimiento de identidad o pertenencia, a un terruño, a un color, a un olor, a una comida, a un edificio entero, a una forma de vida, o a personas, vivas o no. Una sucesión de historiadores, arquitectos, catedráticos, poetas y comerciantes se pelean en las diapositivas del profesor por decidir cuál es la forma ideal de conservar una ruina, si restablecerla, si añadirle novedades del mismo material o marcando la diferencia, si dejarla tal cual y mantenerla, si mantener o no los añadidos que otros hicieron antes, si la original sería la del siglo pi o el siglo beta. Que más da. Todo se convierte en un debate insulso.
Confesar que desde que guardo memoria, las ruinas me han atraído de una manera que nunca lograba comprender, que me avergonzaba en ocasiones porque la pesadez o la falta de utilidad. La desdichada y putrefacta pregunta de los que ignoran cuánto les rodean y ver podredumbre en lo que está raído: ¿Y eso para qué sirve? Para nada. Sí, es cierto, para absolutamente nada que estos seres puedan llegar a entender. Lo que me inquietaba de las ruinas era pensar en el motivo de su dejadez, de su abandono, de los anteriores moradores y por qué nunca nadie regresó para mantenerlo, habitarlo o terminar de derruirlo. Lo que me inquietaba era y es cuando todavía hay mobiliario, ropa, utensilios de cocina, o incluso algún envase alimentario. ¿Cómo interpretar todos estos objetos? ¿Cómo entender ese espacio por lo qué es ahora y sobre todo por lo que era? Lo mismo sucede según las grandes esferas con monumentos y edificios monumentales de titularidad importante, que luego pasa a ser del gobierno o estado por ser único ente capaz de mantener la cara preciosa.

Algunas curiosidades compartidas tras dos días con la nariz inmersa en los jeroglíficos que quien me conozca, sabe que escribo por apuntes:

  • El Campanario de San Marcos en Venecia es totalmente recreado.
  • El Partenón no siempre ha sido esa ruina, de hecho explotó por haber sido un polvorín.
  • Algunas esculturas de Notre Dame son retratos de arquitectos imitando ser santidades.
  • La Cruz de Giotto de Santa María Novella en Florencia posee marcas de cuando una inundación del Arno casi se la carga.
  • El Castillo de Pierrefonds iba a quedarse en una torre reforzada, antes de ser reinventado.

Podría seguir, pero dudo de que siquiera alguien esté invirtiendo sus preciados minutos en leer algo que no sean 140 caracteres.

Llega la parte complicada, darle un uso. Darle un motivo a las personas. Ya se encargarán, ya surgirán las quejas, ya vendrán los turistas a hacerle caso.

En otro orden de cosas esta semana las porras en San Ginés, descubrir, o más bien acabar de confirmar en ímpetu de esta ciudad castiza de ganar historia, de recrear espacios memorables, de inventar, de continuamente querer ser por encima. De negarse a aceptar que ha sido una artimaña histórica sin protagonismo, porque siempre se lo ha arrebatado a otros. Hablamos sobre lo que significaría la no existencia de esta, y la idea utópica o teórica fue que los centros neurálgicos serian costeros, por toda la península y cercanías a estos. Teorías conspirativas.

Personas que te transportan de ruta literaria, que te convencen para adquirir una edición de bolsillo de tapa dura de un libro que está en la lista de pendientes. El famélico sueño de armar una biblioteca común. La utopía de días con personas con las que se puede ser en total amparo de identidad sin vendajes, con carencias y con compuestos en total compostura y sin peinar. Identidad deseable, que desea ser compartida.
Decían en un podcast que la vergüenza era un mecanismo de defensa de los niños ante lo desconocido, cuando uno es adulto, es un mecanismo de defensa en ocasiones, contra idiotas. A veces me lo creo.

Las ruinas de las personas que he sido, convergen en la persona que soy, la que seré mañana, en compañía y soledad. Las ruinas de mi memoria son de un arquitectura ecléctica entre lo modernista y la sobriedad de un interiorismo de madera, de detalles escuetos, clarooscuros en función de quién observe.

Se escapa la redención de memorias esta semana, no me juzguen, han sido dos semanas intensas, pero realmente satisfactorias en todos los sentidos.

Autor: Laura

Cerveza, letras y poco más. He publicado un libro, de poesía, pero no quieran leerlo.

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